MIS
ÚLTIMAS PALABRAS…
Maribel
LIMA ROMERO
Existió hace mucho, mucho tiempo,
en un lugar muy, muy lejano, más allá de las fronteras y del estrecho lago que
unía al norte con el sur, un hermoso reino donde las familias vivían prósperas,
todos trabajaban y no había carencia alguna, la población se respetaba, cuidaba
y apoyaba entre sí, jamás se cuestionaron sobre algún cambio en su forma de
vida, porque generación tras generación vivieron así y les era funcional, ya
que trabajaban como un gran sistema.
Todo se regía por un rey,
cuyo nombre era…bueno, realmente no recuerdo el nombre, lo que recuerdo es que
era el rey número décimo cuarto. Él se desvivió porque los habitantes de su
reino continuaran con sus actividades normales, se mantuviera el sistema y que
no conocieran otra manera de ser, de esta forma los infantes, que eran los
nuevos integrantes a su sociedad, aprenderían ese estilo de vida y se integrarían
sin mayor objeción, el rey décimo cuarto cumplía con lo que habían realizado
sus antecesores, desde el rey número uno, hasta el décimo tercero.
La cualidad, muy extraña en
la opinión personal de todos los que sabemos de la existencia de ese pueblo, es
que la realeza jamás tuvo más de un heredero al trono, se decía que era una
maldición que los reyes sólo tuvieran un solo hijo, maldición que años mas
tarde sabrían que esa extraña regla era una bendición.
Sucedió, que el rey número
décimo cuarto, procreó dos hijos, nacieron en una misma noche, con trescientos
segundos de diferencia, aunque sus rostros no concordaban el uno con el otro,
dicho evento causó asombro entre la población que esperaban como siempre a un
solo príncipe.
Paso el tiempo y esos niños
crecieron bajo las mismas normas de crianza que cualquier niño de la población,
sin embargo, el rey intuía que tener dos príncipes era algo…mmm…diferente, y no
sabía como debía actuar ante dicha circunstancia, fue entonces cuando acudió al
consejo de sabios, a quienes recurría ante alguna dificultad, eran doce hombres
destacables de la población, ancianos todos, habían sido guerreros, cultos,
respetables, uno a uno opinaron sobre los dos príncipes, todos le indicaban que
dejará que vivieran hasta la edad adulta de veintiún años y entonces decidiera
quien lo remplazaría, propusieron una batalla y calificarlos por su valentía,
por sus habilidades y su intelecto. El último sabio en hablar era el más viejo
de todos los que estaban en el consejo, incluso era el más viejo del reino
entero, abrió los ojos y aclaró su voz, miró al rey e interrogó:
-
Mi querido rey ¿tus hijos son iguales?
-
Es ya conocido por todos en el reino que mis
hijos no son idénticos – respondió el rey.
-
Pero en su forma de ser ¿los príncipes son
iguales? – inquirió el sabio nuevamente.
-
No – susurró el rey número décimo cuarto.
-
Tienes ahí la respuesta – rápidamente el
anciano aseveró – no puedes calificar con una prueba igual a los desiguales,
afectarías de alguna forma el resultado de la evaluación, debes encontrar la
forma que los príncipes tengan vivencias distintas, que se desarrollen de
manera individual, tal vez funcionaria si los envías en un viaje, lejos, con el
cual forje su carácter y personalidad y posteriormente regresen y en ese
entonces tu rey y sólo tú, con tu experiencia, sabrás de quien es tu reino.
Y así sucedió, el rey a los
dos meses siguientes, recién cumplidos los trece años de edad, envió a sus
hijos en un largo viaje de ocho años, con la única finalidad que conocieran
diferentes ciudades, por lo que su horario de estancia en las distintas
ciudades era algo inentendible pero se decía que las ciudades fueron
seleccionadas cuidadosamente para cada uno de los príncipes y su duración en
cada una de ellas tenía una razón de ser.
Les he estado contando una
historia y como es la primera vez que la escuchan deberán saber que aunque hay
muchas cosas que aprender de esta historia, puede que lo que les diré en un
momento sea la más importante de todas: los grandes momentos de su vida, no
serán necesariamente las cosas que hagan, también lo serán las cosas que les
ocurran, a cada instante su vida puede cambiar totalmente, es como si Dios nos
asignará un plan y ese plan siempre está llevándose a cabo, asegurándose de que
estén exactamente donde deben de estar en el momento que tienen que estar, es
decir, en el lugar y momento adecuado. Sé
que se están preguntando que tiene que ver todo esto con el rey y sus príncipes
y no, no se han distraído mientras les cuento, tampoco es porque yo esté
confundiendo las cosas a consecuencia de mi anciana edad, simplemente ya
entenderán más adelante porque les digo ésto ¡todo a su tiempo!
Yo había nacido en otro
reino muy lejos del reino del que les he hablado, en mi reino al salir a las
calles te encontrabas ante un olor singular, todavía recuerdo el olor fétido
que se desprendían de las viviendas, al regresar a tu cabaña los zapatos, si es
que lograbas tener algunos, estaban llenos de lodo, la gente trabajaba y a
pesar de ello sólo tenían dinero para sobrevivir.
También teníamos un rey al
que nunca conocimos y siempre estaban los ministro de economía por las calles
cobrando impuestos y después de dar tu aportación obligatoria decían: ¡oh, son
tiempos difíciles para todos! Por el carácter de nuestro rey constantemente
vivíamos en guerras con otros reinos por lo que requerían nuevos integrantes en
su infantería, y literalmente eran infantes los que luchaban por el reino
porque en época de guerra tenias que dar como tributos a tus hijos varones de
doce años para morir en batallas. No teníamos conocimiento de otro estilo de
vida, porque desde que nacimos fue lo único que conocimos.
Sólo conocí a mi madre y no
la recuerdo muy bien porque murió cuando yo iba a cumplir seis años, dio a luz
a mi hermana y falleció en un frio y oscuro establo, recuerdo que sólo tome a
mi hermana y deje el cuerpo de mi madre con los dueños del establo y jamás supe
que sucedió con el, trate por todos los medios de que mi hermana sobreviviera
lo más que pudiera, pero que podría saber una niña de seis años sobre crianza
neonatal, enfermó a las pocas semanas, así que una vecina tomó a mi hermana
para sanarla y al siguiente día vi como sin alimentos, sin medicina, mi hermana
perdió poco a poco la vida y nadie pudo hacer algo, en la noche del día en que
perdí a mi ultimo familiar fui entregada a un viejo sacerdote en la iglesia del
reino, estaba agradecida ya que si hubiera sido varón me hubieran llevado a los
cuarteles del ejército.
Vivir con el sacerdote y las
monjas en la parroquia no era tan desagradable, me enseñaron a leer, escribir,
bordar, cocinar, siempre diciéndome que eso debían de hacer las mujeres porque
cuando Dios nos creó hizo al hombre y a la mujer diferentes y que por lo tanto
sus actividades también debían ser diferentes, si yo bordaba o cocinaba estaba
actuando conforme lo que Dios quería que yo hiciera y eso era la forma más
justa de agradecer a Dios. Creer o no en esas palabras era lo menos importante
cuando a una niña hambrienta le dan algo de comida y seguridad.
Cuando cumplí doce años, las
monjas me llevaron a ayudarlas a cocinar al palacio del rey, cuando entramos a
los límites del castillo comprendí en donde estaba todo el dinero de los
impuestos del pueblo, la gente tenía majestuosos trajes y vestidos, nunca había
visto tantas luces reunidas en una habitación que parecía de día, olía a
azucenas frescas todo el lugar, créanlo o no yo juraba que esa noche había
estrellas en todo el piso y era un sueño lo que estaba viviendo.
Cada quince días el rey
ofrecía un gran festín a la corte real y algunos invitados famosos de otras
comarcas. Las monjas y yo íbamos como simples cocineras al palacio y el
sacerdote iba como invitado, la población no sabía que había detrás de los
muros del castillo y creo que si se hubieran enterado compararían su vida con
los de la corte real e identificarían sus carencias, su falta de oportunidades
y todas las injusticias en que vivíamos, tanto las naturales porque nos tocó
vivir de esa forma, como las que ocasiona el hombre al mismo hombre.
Acostumbrada con mi rutina
diaria y la forma servil dentro del palacio, aunado al voto del silencio ya que
no podíamos platicar con ningún invitado, llegue a la edad de quince años, yo
me imagino que las monjas planeaban convertirme en monja, así que el tema del
matrimonio estaba cancelado, les digo que lo imagino, pero es algo seguro
porque planificaban mi vida entera. Para mis quince años ya había vivido muchas
pérdidas, tristezas, había luchado constantemente por sobrevivir, por hacer que
las cosas cambiaran para mí, así que decidí continuar aprendiendo, aunque seguía
creyendo que era por mí y no por Dios, tal cual me decían las monjas, para que
un día pudiera ser diferente y no terminar como el resto de la población de mi
reino, así sea que la alternativa fuese ser monja.
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