sábado, 17 de noviembre de 2012

12. De la 1a a la 6a generación (17/11/12)


DE LA 1ª A LA 6ª GENERACIÓN

 

                        Maribel LIMA ROMERO

 

La cuestión, no de las cinco sino, de las seis generaciones de derechos aparece como ilustración de los Derechos humanos como movimiento social.     Las seis generaciones de derechos  tienen su origen en una sociedad civil a la que se califica de emergente para enfatizar su carácter de movilización contestataria y, eventualmente, antisistémica. Son derechos ciudadanos y políticos fundamentales, derechos económicos, sociales y culturales, derechos de las generaciones actuales y futuras a disfrutar de una Naturaleza a la que no se debe envenenar ni destruir de manera irreversible y, en relación con ello, el derecho a la lucha social por un hábitat natural y social no autodestructivo, el derecho ligado a la necesidad de construir una humanidad responsable en el largo plazo, constituye la cuarta ‘generación’ de derechos. La quinta se vincula con la incursión (su desafío es el manoseo) de las tecnologías de punta en el mapa genético de la vida (ingeniería genética, manipulación de seres humanos, plantas y animales con finalidad comercial de corto plazo) y la sexta con la perversión del tiempo de existencia de las personas humanas transformados operacionalmente en cosificados públicos y consumidores mediante la categoría de valor de la esperanza de vida por el agresivo mercadeo, ligado también a las tecnologías de punta y al poder burocrático privado, de la transición entre los siglos XX y XXI.

Estas seis generaciones de derechos proceden de diversas maneras de estar en el mundo y conferirle sentido. También esquemáticamente, la primera generación de derechos surge desde una mirada que aprecia a un individuo y sus fueros, les confiere el carácter de naturaleza humana y genera con ello una noción cerrada de humanidad.

    La segunda generación de derechos se gesta en cambio en un imaginario sensible a las relaciones sociales y a los procesos de individuación y agrupación social conflictiva que ellas constituyen.

De esta manera la demanda de una relación que produzca universalidad y el rechazo de clases discriminadas, acompañada de la afirmación del derecho a ser diferente, articulan la segunda y tercera generación de derechos humanos. Se siguen de demandas de trabajadores, pueblos colonizados o despreciados y de mujeres que configuran sus particulares sociedades civiles emergentes y dan luchas casi nunca vinculadas y con éxito diverso por la judicialización y reconocimiento cultural de sus derechos en tanto expresión de humanidad diferenciada y plural.

La cuarta generación de derechos es la demanda de las actuales generaciones por heredar a las futuras una naturaleza y sociedad, no autodestructiva surge desde un imaginario dialéctico, como los de segunda y tercera generación, pero reposiciona el antropocentrismo, bajo la doble referencia a la necesidad de una especie humana que se autoproduce como tal política y culturalmente.

La quinta generación de derechos humanos se genera a partir de las posibilidades de intrusión de las tecnologías de punta mercantiles en el mapa genético de la vida y específicamente de la autoproducción personal y social humana. Se trata centralmente de una demanda que busca proteger de manipulaciones genéticas inconsultas u obligatorias la autonomía de las personas y las individuaciones peculiares con sus efectos sobre la sociabilidad.

La demanda propia de una sexta generación de derechos humanos  se vincula con la tendencia actual del mercadeo capitalista  que hace del tiempo de cada individuo, determinado como consumidor, es decir, de cada momento de su existencia, una oportunidad de venta. El efecto de esta tendencia que se da los medios para universalizarse, es el de una saturación fetichista del mercado que, en lo básico, vacía las subjetividades mediante su escrutinio y manipulación, hace aparecer lo real producido, al mercado, como natural y pervierte el carácter de autoproducción responsable de las personas y de la especie, estrictamente, y ante la necesidad imperiosa de constituir hoy política y culturalmente la especie humana, se trata de una práctica de deshumanización sistemática más radical que la tortura.

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